Clara entró cargando una caja de pizza, sonriente, empapada por la lluvia.
—¡Valeria! ¡Mira lo que te traje! ¡Princesa, sorpresa! ¡Traje tu pizza favorita!—canturreó, esperando la respuesta alegre de siempre. Pero no hubo ningún grito de emoción. Ninguna risita. Ningún sonido.
El silencio la golpeó de lleno. Sus palabras quedaron flotando en el aire. Se detuvo, extrañada por el silencio. Algo no estaba bien. Las risas, los gritos de alegría habituales de Valeria no llegaron.
Clara frunció el ceño, avanzó hacia el interior, su mirada recorrió la sala, y fue entonces cuando lo vio: el cuerpo de Martha, tendido en el suelo, con una mancha de sangre oscura expandiéndose bajo su cabeza.
Soltó la pizza, corrió hacia donde estaba la enfermera por puro instinto, pero apenas toca su cuerpo, siente el pánico erizándole la piel.
—¡Dios mío! —Exclamó Clara, con el corazón a mil. —¡No… no, no, no! –El terror se apoderó de ella cuando, al alzar la vista, comprendió que algo estaba terriblemente mal