El hospital público, con su aire denso y sus luces blancas parpadeantes, era un laberinto que se repetía en pasillos interminables. Esteban Ríos regresó, esta vez ingresando por la entrada principal y no la de urgencias, con paso seguro, aunque su mirada se movía con la cautela de un cazador que ya había probado el sabor de la pista. Sabía lo que buscaba, y esta vez no pensaba marcharse con las manos vacías.
Aquel día no vestía como el asistente de confianza de Rodrigo Villalba. Su atuendo era discreto, informal, con una chaqueta deportiva sobre una camisa sencilla. Un morral de aspecto viejo colgaba de su hombro. Nadie sospecharía de él. Se dirigió directamente hacia la zona administrativa. Una sonrisa educada y una credencial falsificada bastaron para que lo dejaran pasar al área restringida para mantenimiento de sistemas. El ritmo de trabajo en ese lugar era tan extenuante que no se detuvieron a confirmar y le dieron acceso para el mantenimiento. Realmente su sistema operativo req