La mañana en la mansión Villalba se presentaba serena a los ojos de cualquiera que pasara frente a sus jardines cuidadosamente podados. El cielo estaba limpio, el sol se asomaba tímido entre las copas de los árboles, y una brisa fresca recorría los ventanales entreabiertos del ala norte. Pero esa paz era solo una fachada. Por dentro, la mansión parecía un organismo en estado de alerta.
Los miembros del personal caminaban con pasos más medidos que de costumbre, intercambiando miradas silenciosas, como si un acuerdo tácito los obligara a no hablar más de lo necesario. La tensión flotaba en el aire como un perfume espeso, difícil de ignorar. La cocinera había preparado el desayuno más temprano que de costumbre por orden directa de Leticia, quien había sido clara: debían salir de casa con Camila antes de que Rodrigo Villalba regresara de su viaje. Debían tener listo un vehículo familiar, donde irían las tres, Elena, su madre y ella. Y un vehículo adicional con dos personas de seguridad. E