Elena Miller jamás imaginó que la vida la arrastraría a un matrimonio por conveniencia. Obligada a aceptar un trato para salvar la vida de su madre, se convierte en la esposa de Luis Kepler, un hombre envuelto en misterio y poder. Mientras ella lucha por mantener su dignidad en un mundo de lujos que no le pertenece, Luis oculta un pasado sombrío, un nombre falso y una identidad que no desea revelar. La fragilidad del acuerdo empieza a tambalearse cuando sus mundos chocan de formas inesperadas. Elena, con carácter tímido y deudas en el corazón, se enfrenta a un hombre que parece controlar todo menos sus propios sentimientos. Mientras los secretos se desmoronan, ambos deberán decidir si el contrato que los unió puede transformarse en algo más profundo o si sus mentiras los condenarán. Una historia de amor, orgullo y redención donde el mayor desafío será aprender a confiar en medio de las apariencias y las dudas.
Leer más—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.
—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.
Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.
—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.
—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.
Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía manejable.
—Ah, bueno. Creo que es algo que podemos pagar… —murmuré, tratando de encontrar una salida. El doctor apoyó su mano en mi hombro con una seriedad que hizo temblar mis esperanzas.
—Sin embargo, tu madre necesita una operación urgente. Su corazón está débil y podría sufrir un infarto en cualquier momento. Además, será necesario iniciar diálisis cuanto antes.
Esas palabras hicieron añicos mi estabilidad. Mi corazón y mi mente colapsaron simultáneamente. Miré a mi madre, su rostro triste reflejaba un dolor más por mí que por ella misma. Sabía lo que esto significaba: tendría que redoblar mis esfuerzos, trabajar más horas, porque no contábamos con seguro médico. Todo sería por nuestra cuenta.
—Gracias, doctor. Le informaremos cuando decidamos en qué hospital realizaremos todo —dije con voz quebrada. Él asintió y salió del cuarto. Me volví hacia mi madre y le tomé la mano con fuerza.
—Mamá, trabajaré duro. Conseguiré un trabajo nocturno para pagar tus cirugías y las diálisis. Quiero que sepas que haré todo por ti.
Ella acarició mi mejilla, sus ojos empañados de lágrimas.
—Mi bebé, no tienes por qué estar trabajando para mí. Deberías trabajar para ti y disfrutar tu vida.
—No, usted es mi todo, y no dejaré que te vayas sin luchar —le aseguré mientras la envolvía en un abrazo. Traté de borrar el diagnóstico de su mente, aunque no podía borrar la angustia de la mía. Ella desvió su mirada hacia la televisión encendida, pero mis pensamientos no podían alejarse de la montaña de gastos que se avecinaba. Mi sueldo de la cafetería apenas alcanzaba para nosotras dos y para mantener nuestra pequeña casa.
Mi padre nos había abandonado cuando yo tenía apenas tres años. Acudir a él por ayuda nunca había sido una opción normal. Pero la desesperación podía más que el orgullo. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar un atisbo de humanidad en él, por la mujer que alguna vez amó.
Me levanté de la silla al notar que el medicamento surtía efecto y mi madre caía en un sueño profundo. Era un alivio verla descansar, libre de sufrimiento por un momento. Tomé el celular con manos temblorosas y marqué ese número.
—¿Hola? —respondió una voz grave al otro lado. Una punzada de arrepentimiento me atravesó; quizás no debí llamarlo a esas horas.
—Hola, papá… —dije finalmente, mi voz apenas un susurro.
—Elena, hija…
—No tengo tiempo para hablar, pero quería pedirte algo. ¿Podemos vernos?
—¡Claro! Ven a la casa. Aquí te esperaré —respondió con una emoción que parecía sincera. Sin embargo, una voz interna me advertía que esto era una mala idea. Colgué y me dirigí a su residencia en las villas más exclusivas de la ciudad. Mi padre había trabajado arduamente para obtener ese lugar, y jamás lo había cuestionado.
Al llegar a la entrada, los guardias verificaron mis datos y me dejaron pasar. Pocos minutos después, ahí estaba él, de pie frente a su imponente casa, con las manos metidas en los bolsillos.
—Elena… —murmuró mientras me abrazaba. Sus abrazos siempre habían sido vacíos, una sombra de lo que deberían ser.
—Padre…
—¿A qué se debe tu visita? ¿Quieres entrar? —me ofreció, señalando la majestuosa puerta detrás de él.
—Eh, no, solo vine a hablar contigo. Realmente no quiero incomodarte en tu noche familiar —respondí con amargura. Sabía que nunca tendría una noche familiar como esa. Pero mi madre me había dado todo lo que podía, y eso me bastaba.
—Eres parte de esta familia, Elena…
—No hablemos de eso. Quiero pedirte dinero realmente. A eso vine… —solté finalmente, sintiendo el peso de la vergüenza, aunque sabía que él podía ayudarme.
—Ja, te lo dije, Diego. Esa chiquilla solo vino por tu dinero… —la voz de Victoria cortó el aire como una navaja. Surgió de las sombras, justo como la arpía que era.
—Victoria… —le espeté con desdén.
—Elena, querida. ¿Para qué es ese dinero?
—Es… para mi madre. Está delicada y necesita diálisis. Además, la cuenta del hospital podría incrementarse y estoy endeudada.
—Ah, tu padre se desligó de ustedes hace mucho tiempo. No es su problema ahora —dijo Victoria, apoyando una mano en mi hombro con una frialdad hiriente.
—Sí, pero no estoy pidiendo que me lo regale. Se lo pagaría poco a poco.
—Victoria, podemos prestárselo. Ella lo pagará.
—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —gritó Victoria con una furia contenida. Bajé la mirada al suelo. Sabía que no obtendría nada. No me prestarían ni un centavo.
Narra: ElenaMe quedé callada mucho rato después de escuchar su confesión.Sabía que Luis —Damond— no era un hombre cualquiera. No era un hombre fácil. Pero aun así, había algo en él que me llamaba, que me envolvía y me ataba de maneras que aún no lograba entender del todo.—Me quedo… —dije, rompiendo finalmente el silencio—. Pero necesito tiempo.Él asintió, su mirada triste, pero respetuosa.—Todo el que necesites —prometió.Esa noche, no hicimos más que abrazarnos.
Narra: ElenaLa mansión estaba demasiado silenciosa. Demasiado vacía.Tras escuchar aquella conversación en la terraza, no pude quedarme tranquila. Algo me decía que no debía confiar ciegamente. Bajé las escaleras de puntillas y, desde la ventana del vestíbulo, vi como Cristofer y Luis —Damond— se alejaban en un auto oscuro, sin mirar atrás.Me quedé sola.Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Algo iba mal. Muy mal.Corrí hacia la puerta, pero antes de alcanzarla, una mano tosca me sujetó por la cintura. Me taparon la boca con un trapo húmedo y, aunque pataleé, todo se vo
Narra: Luis (Damond)Apenas amaneció, ya tenía a Cristofer esperándome en la sala. Estaba de pie, rígido, con las manos entrelazadas tras la espalda. Apenas entré, sus ojos me taladraron como dagas.—Debemos hablar —dijo en tono seco.Yo fruncí el ceño y asentí. Caminamos hasta la terraza, lejos de oídos curiosos. Desde allí, la mansión se veía serena, pero sabía que el huracán se aproximaba. Cristofer nunca hablaba así a menos que fuera algo serio.—¿Qué ocurre? —pregunté, cruzándome de brazos.Cristofer respiró hondo, como si midiera cada palabra.—La chica... Elena... —hizo una pausa, como si temiera decirlo—. Te estás involucrando demasiado, Damond.Que me llamara por mi verdadero nombre era una alarma por sí sola. Solo lo hacía cuando la situación se volvía crítica.—Lo sé —admití con la mandíbula apretada.—No —me corrigió, dando un paso adelante—. No entiendes. Ella no es como nosotros. No pertenece a nuestro mundo. Y tú... Tú estás cruzando una línea de la que no vas a poder r
Narra: ElenaLa invitación llegó al anochecer. Luis —o Damond, como ahora sabía que realmente se llamaba— apareció en la entrada de la mansión con un traje negro perfectamente entallado, tan imponente que, por un instante, me dejó sin aliento.—Esta noche quiero llevarte a una cena especial —dijo, tendiéndome la mano.Algo en su voz, en su mirada, en su postura, me decía que esta cena no sería como las otras. No era solo una cita romántica. No esta vez.Me puse un vestido sencillo, pero elegante, de un azul profundo que resaltaba mis ojos. Luis me miró como si quisiera devorarme en ese instante, pero apenas rozó mi mejilla con los dedos antes de ayudarme a subir al auto.El trayecto fue silencioso. Pero no un silencio incómodo… era un silencio cargado, denso, lleno de cosas no dichas.Llegamos a un edificio antiguo en el centro de la ciudad. Al subir al último piso en un ascensor privado, me di cuenta de que no era un restaurante común. Era una reunión privada. Un salón amplio, con m
Narra: ElenaUn mes había pasado desde aquella noche en el hospital.Un mes en el que Luis,no se separó de mi lado. Cada día parecía más entregado a hacerme sentir segura, cómoda… feliz.Gracias a su ayuda, mamá había sido trasladada a un hospital privado, uno que parecía más un hotel de lujo que un centro médico. Cada habitación tenía enormes ventanales, flores frescas todos los días y un personal médico que no dejaba de sonreír. La veía recuperarse más rápido, con más ánimo, y eso era algo que jamás podría pagarle a
Narra: ElenaEl pasillo del hospital olía a desinfectante y tristeza. Cada paso que daba me costaba el doble; era como si las paredes mismas absorbieran la poca fuerza que me quedaba. Sentía a Luis a mi lado, su presencia fuerte e inquebrantable, pero aun así, el miedo me carcomía.Cuando llegamos frente a la habitación, me detuve. Me faltaba valor.Luis, sin decir palabra, deslizó su mano por mi espalda, dándome un pequeño impulso. Era su manera de decirme "estoy aquí". Inspiré hondo y entré.La imagen de mi madre me rompió en mil pedazos. Estaba tan frágil, tan pálida. Aun así, cuando me vio, me regaló una sonrisa cálida, débil
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