Narra: ElenaMe observé en el espejo, notando la marca en mi rostro. Era más notoria que el día anterior. Tenía que hacer algo más para ocultarla. Lo último que deseaba era que Luis descubriera la verdadera relación que tenía con mi familia. Seguía contemplando mi reflejo, perdida en mis pensamientos, cuando un toque en la puerta me sacudió por completo.Era Luis.—¿Elena?—¿Sí? —respondí, quedándome inmóvil, con la esperanza de que solo quisiera hablar desde el otro lado de la puerta.—Necesito que vengas conmigo hoy. ¿Estás lista?—Ah… dame un momento y salgo.A toda prisa, tomé la base, los polvos y el rubor, aplicándolos con rapidez para disimular el moretón. Cuando finalmente salí, él me observaba con una intensidad que nunca antes había sentido.—¿Todo bien?—Sí.Asentí con la cabeza baja, pero Luis no se dejó engañar. Con suavidad, tomó mi mejilla, y en ese instante, recé en silencio para que el maquillaje hiciera su trabajo. Su mirada seguía fija en la mía, como si intentara de
Narra: Luis (Damond)Regresé al auto como si nada, solo para encontrar a Elena corriendo hacia mí y abrazándome con fuerza. Cristofer descendió tras ella, y cuando la tuve entre mis brazos, intenté preguntarle con la mirada qué había sucedido. Sin embargo, él me hizo una señal para esperar y hablar después, así que opté por enfocarme en ella.—¿Sucede algo? —pregunté, tomando su mejilla entre mis dedos.—No, solo creo que me puse melancólica. —Su respuesta llegó rápida, casi ensayada, y enseguida subió al auto.Antes de seguirla, dirigí mi mirada hacia la cantina. Desde la ventana, Berny sostenía un vaso de cristal y me observaba con una media sonrisa. Luego levantó la copa en un gesto de aprobación hacia Elena antes de dar un trago.Cristofer arrancó el auto, y yo tenía en mente llevar a Elena a un sitio especial para la cena. Mientras conducíamos, ella se acomodó junto a mí, recostando su cabeza en mi hombro. Su respiración se volvió pausada, hasta que noté que se había quedado dormi
Narra: ElenaMe encontraba llena hasta los huesos de toda la comida que había comido. La noche había sido simplemente espectacular junto a Luis. Durante la cena, se había abierto un poco más conmigo, hablándome de su vida, de sus gustos simples, de algunas anécdotas de su infancia. No podía evitar pensar en lo que mi padre me había dicho sobre él antes de casarme: que era un hombre frío, incapaz de amar. Ni hablar de las descripciones crueles de Isabella y Victoria, quienes lo pintaban como un ser horrendo en todos los aspectos.Pero la persona que tenía frente a mí distaba muchísimo de esa imagen. Luis estaba lleno de vida, de ilusiones, de una determinación contagiosa. Lo que me seguía dejando dudas era: ¿a qué se dedicaba realmente?, ¿cómo podía llevar una vida tan cómoda, sin parecer el tipo de hombre atado a un escritorio?—¿Postre? —su voz grave y suave me sacó de mis pensamientos.Sonreí, algo nerviosa.—Creo que no podré con más nada. —reí con suavidad, llevando la mano a mi e
Narra: ElenaSeguimos caminando, sin rumbo, sin apuros. La feria empezaba a apagarse lentamente; algunos puestos cerraban, las luces titilaban menos intensas, y la música ahora era un murmullo lejano.Nos detuvimos cerca de una baranda de madera que daba a un pequeño lago artificial. El reflejo de las luces sobre el agua creaba un ambiente casi mágico. Me recargué en la baranda, abrazando el pequeño peluche contra mi pecho. Luis se puso a mi lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo en el aire fresco de la noche.—¿Sabes? —dijo de repente, su voz baja, casi un susurro—. Cuando era niño, soñaba con vivir momentos como este.Lo miré de reojo, sorprendida por
Narra: ElenaEl amanecer trajo consigo un aire pesado, como si el mundo supiera antes que yo que algo malo estaba por pasar. Me estiré en la cama, dejando que los primeros rayos de sol se colaran por la ventana, calentándome apenas la piel. Me sentía ligera después de la noche anterior, como si algo dentro de mí, por primera vez en mucho tiempo, hubiese encontrado un lugar donde descansar.Entonces, el teléfono sonó.El tono agudo perforó la calma de la habitación, obligándome a reaccionar de un salto. Mi corazón latía desbocado mientras miraba la pantalla: el número del hospital. La garganta se me cerró de inmediato.Respondí con manos temblorosas.
Narra: ElenaMe sentía sofocada, como si llevara horas atrapada en una habitación sin aire. Había tratado de disimular, de no preocuparlo, de sonreír y fingir que todo estaba bien, pero ya no podía más. El nudo en mi garganta era insoportable.Me giré hacia Luis, aún recostada en su hombro. Podía sentir el calor de su cuerpo, su respiración lenta, su paciencia infinita. No tenía a quién más acudir.—¿Podrías acompañarme al hospital? —le pedí en un susurro apenas audible.Él no respondió enseguida. Solo levantó su brazo y me envolvió aún más contra él, como si ese gesto pudiera protegerme de todo. Luego, su voz llegó firme, segura:
—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía mane
Narra: Elena—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —bramó Victoria, conteniendo a duras penas la furia que se reflejaba en su mirada.Bajé la vista al suelo. No valía la pena insistir. Sabía que no lograría nada. Nadie en esa casa me prestaría ni un centavo.—Prometo hacerlo. —Mi voz sonó apagada, casi suplicante, un intento desesperado por despertar alguna chispa de compasión en Victoria, mi madrastra.De pronto, apareció la última persona que quería ver en ese momento.—¿Es mi fea hermana? —preguntó Isabela con su tono mordaz. Sus ojos me recorrieron con esa mezcla de desdén y burla que le era tan característica. —Ah, ya veo que sí. ¿Qué quiere?—Ah, le pide plata a tu padre, para su madre —intervino Victoria, dejando caer las palabras con toda la intención de humillarme.Isabela estalló en una carcajada que resonó en la habitación, fría y cruel.—Ja, ja, ja… Yo te tengo una solución, te daremos el dinero —dijo, con una sonrisa que no auguraba nada bueno. —Pero, a cambio, debes cas