No podía creerle su excusa. Los zapatos de Fabián Look son famosos por su calidad; correr no los habría dañado. Cerré la puerta tras de mí, dejando a Cristofer encargado de vigilarla. Mi desconfianza hacia Elena había crecido en estos pocos días, pero eso no significaba que no me preocupara por su bienestar.
—Señor Damond… traje estos papeles que debe firmar. —Una de mis secretarias dejó un documento en mi escritorio. Lo firmé casi automáticamente, volviendo luego a mirar por la ventana. Esta semana había sido agotadora. Apenas podía asimilar que ahora estaba casado. Pero esto era solo el principio: destruir a la familia Kepler seguía siendo mi objetivo principal.
Cristofer entró a mi oficina con unos papeles en la mano.
—Señor, aquí tiene lo que me pidió sobre Elena. —Comenzó a explicar mientras desplegaba un grupo de hojas. —Ella creció humildemente en un pequeño pueblo fuera de la ciudad. Parece que su madre tuvo una relación con Miller antes de que conociera a Victoria. Victoria se metió entre ellos, y él no sabía que su novia estaba embarazada. Se enteró de Elena cuando ella tenía 15 años.
Su historia tenía ecos de la mía. La diferencia era que mi madre había sido abusada por mi padre y tuvo que criarme sola. Él me reconoció, sí, pero solo porque mi abuelo lo obligó. Mi abuelo era el único hombre al que había respetado en mi vida.
—Entonces, en la vida de los Miller, Elena ocupa un lugar similar al mío en los Kepler. Solo que ella prefirió alejarse. —Reflexioné, mientras Cristofer me observaba atentamente. —Ella saldrá hoy. Quiero que averigües dónde estuvo.
—¿Desea que la lleve y la traiga?
—No. Escóndete. Que no se dé cuenta.
Cristofer asintió y salió de la oficina. Volví mi atención al panorama urbano desde la ventana. Construir mi imperio había sido un desafío constante, sobre todo porque nadie debía saber que yo era Luis Kepler, el hijo bastardo.
Me puse lo primero que encontré, aun tomando las medicinas que Luis había dejado para mí. Me miré en el espejo, notando mi palidez.
—Espero no desmayarme por allí. —Murmuré. Aunque sabía que no estaba en mi mejor estado, debía averiguar por qué no estaba recibiendo el dinero.
Llegué rápidamente a la villa, frente a la casa de mi padre. Una criada me abrió la puerta y me senté en el sillón mientras esperaba.
—¿Elena? —Mi padre apareció, abrazándome con calidez antes de sentarse a mi lado.
—No me quedaré mucho. Quiero saber algo. —Lo miré fijamente. —¿Por qué no has pagado las cuentas de mi madre? Se suponía que me casaría con ese hombre para recibir el dinero o, al menos, para que lo pagaran directamente. No pido que me lo den; sé que desconfías de mí.
Mi tono elevado atrajo la atención de Victoria, que apareció desde el fondo de la casa.
—¿Por qué tanto ruido? —Su semblante cambió al verme. —¿Qué haces aquí? Creí que no te volveríamos a ver después de dejarte en ese altar con ese bastardo.
—Volví porque no están cumpliendo con su palabra.
Victoria soltó una risa sarcástica, cruzándose de brazos como si mi presencia fuera un mal chiste.
—¿Nuestra palabra? Por favor, Elena, no seas ingenua. Ya te casaste, pídeselo a tu esposo. Si tu madre necesita algo, tal vez debería aprender a arreglárselas sola, como nosotras lo hemos hecho.
Me quedé helada unos instantes, pero cada palabra suya encendía mi furia. Mi padre intentó intervenir, pero lo detuve con un gesto de la mano.
—¿Arreglárselas solas? —Dije, levantándome lentamente, la rabia impregnando cada palabra. —¿De verdad tienes el descaro de hablarme de sobrevivir, Victoria? Tú, que has vivido toda tu vida como una reina gracias al dinero de este hombre.
—¿De verdad vienes aquí, después de todo lo que hemos hecho por ti, a exigirnos explicaciones?
—¿Hecho por mí? —Solté una carcajada amarga. —No has hecho más que envenenar la vida de todos los que te rodean, Victoria. ¿Y ahora vienes a darme lecciones?
Eso fue suficiente para quebrarla. En un movimiento rápido, levantó la mano y me abofeteó con fuerza. El impacto resonó en la sala, dejándome con un ardor punzante en la mejilla. Me tambaleé, llevándome una mano al rostro.
—¡Victoria! —exclamó mi padre, poniéndose de pie.
Narra: Elena—¡Victoria! —exclamó mi padre, poniéndose de pie de un salto.Pero ella lo ignoró por completo, avanzando hacia mí con el fuego de la ira ardiendo en sus ojos.—¡No vuelvas a dirigirte a mí como si estuvieras por encima de mi lugar, niña ingrata! —espetó, su voz cargada de veneno mientras me señalaba con un dedo tembloroso—. ¡Te he dado todo lo que tienes! Convencí a tu padre de concederte algo cuando no lo merecías, lo persuadí para que ayudara a tu madre, y este es el agradecimiento que recibo.Respiré hondo, luchando por contener el temblor en mi voz y el odio que me recorría las venas como un veneno corrosivo. Me enderecé con dignidad, ignorando el ardor punzante en mi mejilla, y sostuve su mirada con firmeza.—¿Todo lo que tengo? —repetí con una risa amarga, cada palabra impregnada de desprecio—. Lo único que poseo gracias a ti es una vida arruinada y una deuda que acepté con la promesa de que sería saldada si me casaba con Luis. Pero escucha bien, Victoria, esto no
Narra: ElenaMe observé en el espejo, notando la marca en mi rostro. Era más notoria que el día anterior. Tenía que hacer algo más para ocultarla. Lo último que deseaba era que Luis descubriera la verdadera relación que tenía con mi familia. Seguía contemplando mi reflejo, perdida en mis pensamientos, cuando un toque en la puerta me sacudió por completo.Era Luis.—¿Elena?—¿Sí? —respondí, quedándome inmóvil, con la esperanza de que solo quisiera hablar desde el otro lado de la puerta.—Necesito que vengas conmigo hoy. ¿Estás lista?—Ah… dame un momento y salgo.A toda prisa, tomé la base, los polvos y el rubor, aplicándolos con rapidez para disimular el moretón. Cuando finalmente salí, él me observaba con una intensidad que nunca antes había sentido.—¿Todo bien?—Sí.Asentí con la cabeza baja, pero Luis no se dejó engañar. Con suavidad, tomó mi mejilla, y en ese instante, recé en silencio para que el maquillaje hiciera su trabajo. Su mirada seguía fija en la mía, como si intentara de
Narra: Luis (Damond)Regresé al auto como si nada, solo para encontrar a Elena corriendo hacia mí y abrazándome con fuerza. Cristofer descendió tras ella, y cuando la tuve entre mis brazos, intenté preguntarle con la mirada qué había sucedido. Sin embargo, él me hizo una señal para esperar y hablar después, así que opté por enfocarme en ella.—¿Sucede algo? —pregunté, tomando su mejilla entre mis dedos.—No, solo creo que me puse melancólica. —Su respuesta llegó rápida, casi ensayada, y enseguida subió al auto.Antes de seguirla, dirigí mi mirada hacia la cantina. Desde la ventana, Berny sostenía un vaso de cristal y me observaba con una media sonrisa. Luego levantó la copa en un gesto de aprobación hacia Elena antes de dar un trago.Cristofer arrancó el auto, y yo tenía en mente llevar a Elena a un sitio especial para la cena. Mientras conducíamos, ella se acomodó junto a mí, recostando su cabeza en mi hombro. Su respiración se volvió pausada, hasta que noté que se había quedado dormi
Narra: ElenaMe encontraba llena hasta los huesos de toda la comida que había comido. La noche había sido simplemente espectacular junto a Luis. Durante la cena, se había abierto un poco más conmigo, hablándome de su vida, de sus gustos simples, de algunas anécdotas de su infancia. No podía evitar pensar en lo que mi padre me había dicho sobre él antes de casarme: que era un hombre frío, incapaz de amar. Ni hablar de las descripciones crueles de Isabella y Victoria, quienes lo pintaban como un ser horrendo en todos los aspectos.Pero la persona que tenía frente a mí distaba muchísimo de esa imagen. Luis estaba lleno de vida, de ilusiones, de una determinación contagiosa. Lo que me seguía dejando dudas era: ¿a qué se dedicaba realmente?, ¿cómo podía llevar una vida tan cómoda, sin parecer el tipo de hombre atado a un escritorio?—¿Postre? —su voz grave y suave me sacó de mis pensamientos.Sonreí, algo nerviosa.—Creo que no podré con más nada. —reí con suavidad, llevando la mano a mi e
Narra: ElenaSeguimos caminando, sin rumbo, sin apuros. La feria empezaba a apagarse lentamente; algunos puestos cerraban, las luces titilaban menos intensas, y la música ahora era un murmullo lejano.Nos detuvimos cerca de una baranda de madera que daba a un pequeño lago artificial. El reflejo de las luces sobre el agua creaba un ambiente casi mágico. Me recargué en la baranda, abrazando el pequeño peluche contra mi pecho. Luis se puso a mi lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo en el aire fresco de la noche.—¿Sabes? —dijo de repente, su voz baja, casi un susurro—. Cuando era niño, soñaba con vivir momentos como este.Lo miré de reojo, sorprendida por
Narra: ElenaEl amanecer trajo consigo un aire pesado, como si el mundo supiera antes que yo que algo malo estaba por pasar. Me estiré en la cama, dejando que los primeros rayos de sol se colaran por la ventana, calentándome apenas la piel. Me sentía ligera después de la noche anterior, como si algo dentro de mí, por primera vez en mucho tiempo, hubiese encontrado un lugar donde descansar.Entonces, el teléfono sonó.El tono agudo perforó la calma de la habitación, obligándome a reaccionar de un salto. Mi corazón latía desbocado mientras miraba la pantalla: el número del hospital. La garganta se me cerró de inmediato.Respondí con manos temblorosas.
Narra: ElenaMe sentía sofocada, como si llevara horas atrapada en una habitación sin aire. Había tratado de disimular, de no preocuparlo, de sonreír y fingir que todo estaba bien, pero ya no podía más. El nudo en mi garganta era insoportable.Me giré hacia Luis, aún recostada en su hombro. Podía sentir el calor de su cuerpo, su respiración lenta, su paciencia infinita. No tenía a quién más acudir.—¿Podrías acompañarme al hospital? —le pedí en un susurro apenas audible.Él no respondió enseguida. Solo levantó su brazo y me envolvió aún más contra él, como si ese gesto pudiera protegerme de todo. Luego, su voz llegó firme, segura:
—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía mane