Llego al edificio donde vivo con el alma enredada en un nudo. La noche ha sido más larga de lo que imaginé, y aunque me disculpé con Elif diciéndole que necesitaba descansar porque mañana es mi gran día, siento que me faltan fuerzas para sostenerme en pie. Ella entendió, como siempre. Con su sonrisa cálida me acompañó hasta la puerta y me deseó suerte para mañana, deseándome que todo saliera perfecto. No podía pedir más de alguien como ella.
El ascensor tarda una eternidad en subir, o al menos eso me parece. Miro mi reflejo en el espejo del fondo. Tengo el maquillaje aún intacto, el cabello en su sitio, pero mis ojos… mis ojos son otra historia. Parecen cansados y apagados, como si llevaran encima todo el peso de lo que no digo. Cuando por fin llego a mi piso, el sonido de mis tacones contra el suelo del pasillo se me hace insoportable. Cada paso es un eco de algo que intento olvidar, y no puedo.
Abro la puerta, dejo que la penumbra del interior me reciba. No enciendo la luz de inmedi