Nunca imaginé que la felicidad pudiera sentirse tan ajena. La galería Rivington está impecable con el brillo del piso de mármol blanco, el olor tenue del vino recién servido, las luces perfectamente dirigidas hacia cada lienzo, los arreglos florales en tonos color crema y verde que Mindy eligió con precisión quirúrgica. Todo es tal como lo soñé. Todo, menos yo.
Estoy de pie junto a la entrada principal, observando cómo el personal da los últimos toques antes de que los invitados empiecen a llegar. Mindy camina de un lado a otro, hablando con el encargado de la música y revisando las copas que ya están listas sobre las bandejas. Yo intento concentrarme, pero no puedo. Mi mente no está aquí.
Es mi noche. Mi debut ante la élite de Nueva York. Años de trabajo, de desvelos, de rechazos y de perseverancia me trajeron hasta este punto. Y, sin embargo, siento que algo me falta. Es como si mi propio corazón estuviera un poco fuera de lugar. No debería pensar en él. No esta noche. Pero cada vez