CAPÍTULO 67

El silencio de la noche me despierta. No es un ruido, ni un movimiento brusco, mucho menos una pesadilla. Es algo más cruel: la conciencia.

Abro los ojos lentamente, desorientada por un instante, hasta que la penumbra de la habitación me envuelve. La luz tenue de la ciudad entra filtrada por las persianas que olvidamos cerrar, dibujando líneas suaves sobre las paredes y el suelo. Mi respiración es tranquila, pero mi corazón no lo está. Late de manera pesada, como si arrastrara el peso de todo lo que ha pasado y de lo que está por venir.

Alexander me había hecho el amor como esa noche después de la cena en el museo. Pude sentir más que su cuerpo varias veces antes de caer exhaustas y con la mente en blanco. Pero de eso tan bueno no dan tanto. Mi mente ahora está despierta. Me quedo quieta, inmóvil, escuchando el silencio. Y entonces la realidad me golpea con una fuerza brutal, tan despiadada, que me hace cerrar los ojos de nuevo. Tengo claro lo que tengo que hacer. Lo he sabido desde e
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