Mundo ficciónIniciar sesiónInstalarme en la casa de Alexander Black es como mudarme a otro planeta. Uno con paredes grises, muebles grises, normas grises… y un dueño tan humano como una calculadora científica.
La casa era enorme, silenciosa y elegante, pero tiene el mismo calor emocional que una sala de espera en una funeraria. Todo está tan en orden que me da miedo poner una taza fuera de lugar. El sofá tiene pliegues perfectamente medidos. Las alfombras parecen no haber sido pisadas nunca. Ni una mota de polvo. Ni hablar de alguna fotografía. Ni una risa atrapada en las paredes.
Un lugar sin alma, justo como él.
Miro alrededor del lugar que ahora será mi espacio y parece una habitación que parece de un hotel de cinco estrellas, con sábanas que huelen a lavanda y a lujo. Pero no puedo pegar un ojo. Me quedo mirando el techo, preguntándome en qué momento exacto de mi vida, decidí que vivir con un CEO emocionalmente disfuncional es mejor opción que seguir vendiendo postales en la calle y trabajando en la tienda de suministros.
«Ah, sí. En el momento en que me ofreció mieles de dólares por fingir». Ese dinero me dará la libertad financiera de poder vivir de lo que amo que es la pintura. Y dejar claro que mi decisión de dejar Nueva Jersey y venir en busca de mi sueño valió la pena. Mi meta es que mis padres se sientan orgullosos de mí. Además, una parte del dinero que Alexander me va a pagar, va a mis padres y su pequeña tienda de flores.
Me remuevo en la cama bajo las suaves sabanas e intento dormir un poco. Cuento ovejas hasta que me rindo al sueño pensando en todas mis posibilidades futuras. Solo tengo que hacer una cosa. Una. Fingir ser la novia del cyborg. No creo que sea tan difícil.
Cuando abro los ojos al día siguiente, me levanto y luego de una rápida parada en el baño salgo de la habitación descalza y con mi pijama de franela y pantalones de algodón. Avanzo por el lugar que está en silencio. Mientras avanzo y miro alrededor con más interés, y descubro que en el lugar hay más cámaras de seguridad que en un banco suizo. También tiene una cocina con un aspecto igual al resto de la casa, todo es blanco con electrodomésticos de acero inoxidables, y más inteligente que yo. Literalmente. No sé ni cómo abrir el refrigerador sin que me hable una voz robótica preguntando si quiero escanear los ingredientes para optimizar mi dieta.
Me estoy pensando en pedir ayuda cuando aparece Alexander, con su traje perfectamente planchado incluso a las ocho de la mañana, su cabello sin una hebra fuera de lugar, y ese rostro inquebrantable que parece tallado en mármol frío.
—Buenos días. —Espeta, viéndome de arriba abajo y deteniéndose en mis pies descalzos que tiene una pedicura en color rosa brillante. Levanta la mirada y me mira con una expresión inescrutable. —¿Qué estás haciendo? —pregunta desde la entrada de la cocina.
—Estoy intentando negociar con tu refrigerador para que me deje abrirlo —digo sin girarme—. Pero creo que va ganando.
—Solo tienes que decirle: “Desbloquear acceso al modo manual”.
—Ah, claro. Porque es lógico hablarle a una nevera. ¿Tiene nombre también? ¿Casandra, tal vez?
—Es solo un sistema de automatización.
—Le llamaré Casandra igual. Ya somos amigas.
Él no responde, ni hablar de una sonrisa. Solo camina hacia la cafetera, toca dos veces la pantalla, y la máquina comienza a preparar un expreso como si entendiera el lenguaje secreto de los hombres de negocios inhumanos.
—¿Tú no desayunas? —pregunto, acercándome un poco.
—No suelo hacerlo.
—¿Y cenas?
—Tampoco, si puedo evitarlo.
—Genial —murmuro, alzando las cejas—. Una relación basada en no comer juntos. Muy romántico, Black.
Él se giró lentamente para mirarme, y durante un segundo, solo un segundo, juraría que sus labios intentaron curvarse hacia arriba.
—Hoy por la noche tenemos el primer evento. —Anuncia. —Es tu debut antes de ver a mi cliente.
Mi pulso se acelera porque no me lo esperaba. Al menos no tan pronto.
—¿Qué clase de evento? —Inquiero tratando de sonar
—Un cóctel benéfico con la Fundación. Mi padre es socio del fundador. Es una tradición asistir.
—¿Tus padres estarán ahí? —Siento que mis ojos se abren como latoso al tiempo que los nervios florecen aún más.
—No, por eso iremos nosotros. —Asevera en un tono frío. —Servirá para que vayas puliéndote.
—Vale. ¿Y voy como tu adorno de lujo?
—Vas como mi prometida. Finge bien.
Me cruzo de brazos y arqueo la ceja.
—¿Vas a darme un guion?
—No. Solo no hables de postales con gatos, sobre teorías sobre el arte como forma de rebelión social. Y no bebas más de dos copas.
—¿Y qué hago si alguien me pregunta cómo nos conocimos?
Él me mira directamente.
—Dirás la verdad.
—¿La verdad?
—Que me chocaste con café caliente, me insultaste, y después me robaste el corazón.
Lo dice sin emoción y sin inflexión… pero no puedo evitar sentir que esa última parte resuena demasiado. Camino alrededor de la isla y tomo asiento en un taburete mientras rehago mi coleta.
—Está bien —respondo, con una sonrisa fingida—. Pero entonces tú también tendrás que hacer tu parte. Fingir que estás enamorado de mí.
—Lo estoy fingiendo desde el momento en que te dejé entrar a mi casa.
Auch.
Directo al ego.
—Qué dulce de tu parte. —Me mofó y él tuerce el gesto antes de darle un sorbo a su bebida antes de dejar la taza a un lado.
—Esta tarde vendrá mi asesora de imagen con un equipo y prepararte para esta noche.
—Supongo que quieres decir que vendrá tu equipo a jugar a vestir las muñecas conmigo.
—Cómo quieras verlo.
—Está bien, supongo que es parte del trato. Me voy a tomar la mañana para trabajar un poco en mis bocetos.
—Usa el exterior. No quiero el olor a pintura y mucho menos mis muebles manchados.
Abro la boca y vuelvo a cerrarla antes de reír entre dientes y negar con gesto exasperado.
—Lo dicho, eres un jodido Cyborg —espeto.
Cuando se va, me quedo unos minutos mirando la nada hasta que reviso los gabinetes, tomo algunas cosas y logro abrir el refrigerador y es como Alexander dijo. Solo debo darle la orden y Casandra se abre como prostituta de burdel. Solo necesita las palabras adecuadas.
Después de prepararme un café y un par de huevos que me como con pan tostado, exploro la casa y encuentro un estudio cerrado con llave «probablemente su cueva de vampiro», un gimnasio del tamaño de mi antiguo departamento, y un pequeño balcón con una vista que quitan el aliento. Me apropio del balcón y allí me instalo con una de mis libretas de bocetos y comienzo a dibujar.







