Instalarme en la casa de Alexander Black es como mudarme a otro planeta. Uno con paredes grises, muebles grises, normas grises… y un dueño tan humano como una calculadora científica.
La casa era enorme, silenciosa y elegante, pero tiene el mismo calor emocional que una sala de espera en una funeraria. Todo está tan en orden que me da miedo poner una taza fuera de lugar. El sofá tiene pliegues perfectamente medidos. Las alfombras parecen no haber sido pisadas nunca. Ni una mota de polvo. Ni hablar de alguna fotografía. Ni una risa atrapada en las paredes.
Un lugar sin alma, justo como él.
Miro alrededor del lugar que ahora será mi espacio y parece una habitación que parece de un hotel de cinco estrellas, con sábanas que huelen a lavanda y a lujo. Pero no puedo pegar un ojo. Me quedo mirando el techo, preguntándome en qué momento exacto de mi vida, decidí que vivir con un CEO emocionalmente disfuncional es mejor opción que seguir vendiendo postales en la calle y trabajando en la tienda