CAPÍTULO 2

Deberían llevarme directo al sanatorio mental. ¿Quién es su sano juicio, deja tirado su trabajo por un desconocido que acaba de conocer? Pues yo soy dicha loca. Pero cuando las deudas y el hambre entran por la puerta, la razón sale por la ventana. «Estoy segura de que el dicho no es así, pero qué más da». Aplica perfectamente.

La limusina negra me espera en la esquina, mientras ignoro los gritos de Mei-yin. Avanzo como si fuera lo más normal del mundo, en cambio, parezco una adolescente fuera de lugar en su primer día de internado de lujo: cabello alborotado, bolso con manchones de acuarela, y las zapatillas empapadas por la lluvia que finalmente se atrevió a caer.

Un conductor me abre la puerta con una cortesía milimétrica. No digo nada mientras subimos y, aunque no parecen personas que quieren mis órganos, me aferro a mi gas pimienta porque arrebatada puedo ser, pero no estúpida. Alexander sube y no sonríe. Ni siquiera me mira. Solo desliza su teléfono entre las manos, como si estuviera resolviendo el destino del país.

Yo, por mi parte, tengo el corazón a punto de estallar.

—¿Tiene alergias alimenticias? —pregunta de pronto, sin levantar la vista.

—¿Eh?

—Alergias. Preferencias dietéticas. Si vamos a hacer negocios, necesito saber si debo evitar ciertos alimentos en las cenas.

—Solo le tengo asco al hígado y a la gente que mastica con la boca abierta.

La respuesta es un silencio sepulcral.

¿Broma fallida? Broma fallida.

—Anotado —responde secamente después de unos minutos.

Cuarenta minutos después, llegamos a la entrada del edificio BlakeTech. Un rascacielos de cristal y acero que parece flotar en las nubes. Hay recepcionistas vestidos mejor que yo en mis cumpleaños, y todo huele a dinero, éxito y desinfectante de lujo. Alexander camina por el lobby como si fuera suyo. Bueno, al parecer lo es. Yo intento seguirle el ritmo, pero mis zapatillas hacen un ruidito vergonzoso cada vez que pisan el mármol pulido.

Subimos hasta el piso setenta y dos y lo más curioso es que durante el trayecto subieron más personas entre pisos y todos hacían el mismo saludo. Un jodido asentamiento de cabeza. ¿Qué se supone que es eso? Ni yo a saludo así a Mei-yin a pesar de ser una jefa de porquería.

Su oficina parece la guarida de un supervillano con excelente gusto. Paredes oscuras, ventanales con vista a la ciudad, una biblioteca impecable y un escritorio que puede usarse para aterrizar un helicóptero.

—Siéntese —ordena, señalando una butaca de cuero negro.

Yo obedezco como una colegiala frente al director. Él va hacia una caja fuerte empotrada, digitó un código y saca una carpeta gruesa que coloca frente a mí.

—Este es el contrato.

Trago saliva.

—Así, sin más. ¿Sin mi nombre o un abogado?

—Le haré llegar sus datos para que lo agregue. Luego te daré una copia. Confía en mí, no soy un imbécil. —Bueno, no lo parece, pero mi madre siempre dice que las apariencias engañan. Así que… —Señorita Field. —Me saca de mis pensamientos con tono irritado.

—Bien, ¿Y si me arrepiento?

—Puede hacerlo —responde sin mirarme—. Pero perderá el pago inicial.

—¿Cuánto es?

—Veinte mil dólares por los primeros tres días. Para cubrir su adaptación. Si decide continuar, serán otras treinta mil al final del mes y así hasta que cierre mi negocio.

Tengo que contener un jadeo.

Eso es más dinero del que he visto en toda mi vida. Puedo pagar mis deudas, saldar la renta atrasada, comprar materiales nuevos… incluso recuperar el taller que compartía con Sandra y que hemos tenido que abandonar por falta de pagos.

—¿Y qué se espera de mí exactamente? —preguntó, abriendo el contrato con manos algo temblorosas.

—Presencia en eventos sociales. Fotografías conjuntas. Citas simuladas. Una publicación. Parecer una pareja normal, pero nada físico —aclara—, a menos que usted desee hacerlo.

Lo dice con tanta neutralidad que me dan ganas de arrojarle una de mis postales ilustradas solo para ver si reaccionaba.

—Y… ¿Usted cree que podemos fingir ser pareja? Usted y yo somos como el día y la noche.

Por fin me mira y esa mirada me atraviesa como si me estuviera diseccionando.

—Justamente por eso funcionará. Nadie sospechará que algo tan absurdo como nuestro “amor” no sea real.

No sé por qué, pero me duele un poco en el ego. Como si hubiera ofendido algo dentro de mí que ni siquiera sabía que tenía.

—¿Qué se cree? Soy un buen partido… bueno, eso creo. Pero jamás me fijaría en alguien como usted; así que, puede estar tranquilo.

—Entonces —dice, levantando la barbilla y juraría que está aguantando las ganas de sonreír. «Bastardo».

Me aclaro la garganta.

—¿Quiere que finja estar enamorada de usted?

—Exactamente. Necesito que el mundo crea, que alguien como usted podría quererme. Solo por uno o dos meses. Luego desaparecerá y su vida puede seguir.

Me quedé en silencio un largo momento. Por fuera finjo serenidad. Por dentro, mi cerebro grita: ¡Estás loca! ¡Esto no es normal! ¡Corre!

—Alex, ¿podemos hablar…? 

Una voz femenina se detiene cuando se da cuenta de que no está solo y entonces veo entrar a una rubia espectacular llevando un vestido ajustado con un escote discreto, pero que no resta a su sensualidad. Lleva unos tacones de infarto con los que yo me rompería la crisma, y su cabello está hecho y parece un sueño sureño andante. Ella mira de mí hacia Alexander Black y arquea la ceja.

—Tiffany. Déjame presentarte a Nicole. La prometida que espera Kemal.

La mujer abre sus ojos azules como platos y luego resopla.

—¿De verdad piensas seguir adelante con ese loco plan?

—Es la única opción que nos queda.

Se acerca y me hace un gesto con el dedo para que me levante y de mala gana lo hago. Ella me rodea en silencio haciendo sonar sus tacones con suavidad. Luego se detiene a mi lado y mira al hombre detrás del escritorio.

—No creo que Kemal se crea que esta chica es tu prometida.

—Opino lo mismo, ahora viéndote a ti —murmuro sin pensarlo y ella sonríe con elegancia y coquetería.

—Lo sé, cielo. Y sé que le guste al hombre, porque por muy familiar que sea, no paraba de verme las tetas la última vez. Pero no se debe defecar donde se come o al menos eso es lo que dicen. Y este Neandertal es mi jefe, además ya tengo a mi Lu.

—¿No tienes trabajo que hacer?

—Ay, ya me voy. Solo necesitaba avisarte que me voy más temprano.  —Él no dice nada y ella se aleja con un andar elegante, pero se detiene en la puerta y nos mira. Luego se ríe y niega. —Jodidamente loco —murmura

—Saca el culo de aquí, Tiffany —demanda el hombre y ella no se inmuta, pero sí hace lo que él dice.

—¿Vas a firmar o no? No tengo todo el día. Decide si quieres seguir con tu vida de m****a o no.

Tomo asiento alcanzo la carpeta y firmo. Lo hago por ese cambio de vida que siento que me merezco. Alexander extiende la mano, y la estrecho. Es como tocar hielo. Firme, inquebrantable y lejano.

—Bienvenida al infierno que es mi vida, no crea que vivo entre nubes de algodón —murmura con un atisbo de ironía.

—Al menos es un infierno con aire acondicionado —replico.

Por primera vez, sus labios se curvan. No es una sonrisa completa, pero es suficiente para encenderme las mejillas.

—Tendrá que mudarse a mi casa esta misma noche —anuncia, recuperando su tono habitual de dictador elegante—. Viviremos juntos. Así va a ser más creíble.

—¿Mudanza inmediata? ¿Sin tiempo de adaptación?

—Adaptarse es su responsabilidad. Yo trabajo y no tengo tiempo para improvisaciones teatrales.

—¿Y yo? ¿Tengo tiempo para cambiar toda mi vida en una mañana?

Él me sostiene la mirada sin pestañear.

—Usted lo eligió, señorita Field.

Y tiene razón. Lo he elegido. Por necesidad, por desesperación, por ese impulso insensato que me ha hecho saltar sin mirar. He firmado un contrato para fingir amar a un hombre que es un témpano de hielo y que no conozco para nada.

Y aún no sé si eso me hace valiente… o simplemente estúpida.

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