La música es un latido que me recorre entera, un pulso eléctrico que me arrastra fuera de mi propia cabeza. He pasado demasiado tiempo reprimiendo, recordando y obedeciendo… y ahora, en medio de esta pista iluminada por luces que bailan sobre los cuerpos sudorosos, no quiero recordar nada. Ni a Alexander, ni su maldito discurso de esta mañana, ni el roce de sus manos cuando me tocó como si después pudiera borrar la evidencia con un simple “fue un error”.
¡A la mierda, Alexander! A la mierda todo.
Cuando Paula y Eva me toman de la mano para bajar, no dudo. El alcohol ya corre en mis venas, ligero pero suficiente para aflojarme los hombros y arrancar una risa sincera de mis labios. Hace tanto que no disfruto de una noche sin pensar en consecuencias, tanto que he olvidado lo que se siente moverse por el simple placer de hacerlo, sin miedo y sin máscaras.
La pista nos recibe con un calor húmedo, con el olor de perfume y cuerpos mezclándose en cada respiro. La música cambia a un ritmo sens