No sabría decir en qué momento comenzó a caer la noche afuera, porque dentro de la casa de los Black el tiempo parece haberse detenido. Cada sonido y cada respiración parece cargado de un peso invisible que hunde los hombros de todos. La gente ya casi se ha ido. Quedan algunos rezagados en la entrada, otros murmuran despedidas formales a Charlotte, y yo… yo llevo toda la tarde sintiendo el frío bajo la piel.
Pero lo que más me tiene inquieta es Alexander. Su expresión rígida, contenida y esa máscara impecable que no deja ver nada, pero que yo conozco lo suficiente como para saber que debajo se agitaba una tormenta. No me había hablado en horas. No directamente. Pero se mantiene cerca, siempre cerca, como si necesitara ese punto de anclaje que no se atreve a pedir. Cada vez que me giro un poco, ahí se encuentra él.
Y yo, por dentro, sigo pensando en Aquiles y en lo ocurrido.
En su cara tensa, en cómo se había encogido cuando Alexander lo había mirado y en cómo sus ojos habían revelado