Mientras los guardias de seguridad echaban a Alan y a Karoline, sentí una gran satisfacción dentro de mí. Era el principio de todo lo que les esperaba, porque no pensaba detenerme hasta verlos destruidos. Los guardias me condujeron hacia el reservado donde Alexander King ya me esperaba. En un principio, creí ver en sus ojos un destello especial, pero fue solo por un momento, ya que después volvió a tener ese semblante frío e impenetrable. Se puso de pie con cortesía y me tendió la mano.
—Bienvenida, Aurora —me dijo.
Yo no podía articular palabra. La rabia me consumía por dentro. Recordar las palabras de esos dos, la manera en que ella me echó a la cara que su hija sí pudo sobrevivir y mi pequeño no, me provocó el dolor más terrible que un ser humano podría soportar.
Alexander se dio cuenta del estado en el que me encontraba, así que rápidamente llenó una copa con un líquido ámbar y me la ofreció. No dudé en tomarla, la bebí rápidamente y luego tomé la botella, sirviéndome una y otra