la cruda realidad

El impacto de mi empujón resonó en el lugar. Karoline cayó de espaldas, el sonido de su cuerpo golpeando el suelo se hizo eco en el silencio momentáneo del restaurante. Por un segundo, nadie se movió. Luego, la farsa comenzó. Karoline soltó un grito que atrajo la atención de todos, el sonido agudo y dramático. Empezó a gemir de dolor y a gritar por seguridad, fingiendo una lesión. Supe que no era por el golpe, sino porque temía que Alan la viera en ese estado. Exigió que me sacaran del lugar, pero ya era demasiado tarde.

En ese momento, Alan se hizo presente. Al ver a Karoline en el suelo y a mí parada frente a ella, su rostro se contorsionó de furia. Ella no perdió el tiempo y se lanzó a sus brazos, sollozando con su teatralidad acostumbrada.

—¡Me atacó, Alan! ¡Es una salvaje! —exclamó con voz temblorosa—. Solo me acerqué para darle el pésame por lo de su hijo, y ella arremetió contra mí sin ninguna razón.

La hipocresía me revolvió el estómago. Solté una carcajada, amarga y fría, que
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