Se desatan la guerra

Luego del incidente con la montura del caballo de Alexander durante la carrera que organizaron los Richmond, la tensión no se disipó. Todos fuimos a vestirnos, llegando directamente a la comida organizada por los anfitriones.

Los Richmond, Margaret y Nicolas, trataban de mantener la cortesía y la cordialidad en la mesa, pero el odio y la rivalidad entre las dos parejas se sentía por todos lados, como un veneno invisible que asfixiaba el aire. Los comentarios mordaces no se hicieron esperar.

Alan fue el primero en atacar, su rostro crispado por el recuerdo de la humillación en la pista.

—Pensé que después de lo que pasó hace rato ya no estarías aquí, King —dijo Alan con un sarcasmo que no intentaba disimular.

Alexander sonrió, una sonrisa fría, sin alegría, que prometía una guerra sin cuartel.

—Pues ya ves que sí, Harris. Yo no soy de los que da la espalda. Todo lo ataco de frente —contestó Alexander, su voz firme.

—Caballeros, es nuestro último día aquí —intervino Nicolas con una te
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