La mañana siguiente amaneció clara, aunque el ambiente en la casa de campo seguía siendo tenso. Nicolas había organizado una carrera amistosa entre Alexander, Alan y él. Aurora observaba desde la terraza mientras los preparativos se llevaban a cabo, con una sensación inquieta en el pecho.
Alexander se ajustaba las botas y el guante mientras hablaba con el señor Richmond. Alan, a unos metros, fingía calma, pero la rivalidad entre ambos era evidente. La mirada que le lanzaba a Alexander no tenía nada de disimulada.
—¿Lista para verme ganar, mi vida? —le preguntó Alexander con una media sonrisa al acercarse.
—Prométeme que tendrás cuidado, Alex. No me gusta este tipo de competencias… no con ese tipo presente.
—Tranquila, preciosa. No va a pasar nada —respondió él con seguridad, rozándole la mejilla con el pulgar—. Si hay algo que ese imbécil no soporta, es verme ganar, y eso es justo lo que va a suceder.
Aurora intentó sonreír, pero la sensación de inquietud no se iba. No sabía que, a