Karoline leyó el mensaje amenazante de Arthur Hamilton. En la pantalla se alcanzaban a distinguir las palabras: “¿Cuánto tiempo más pretendías seguirme engañando, zorra?”
Ella se llevó una mano al pecho, sintiendo cómo el aire se le cortaba.
—No… no… ¿qué voy a hacer ahora? —susurró con voz quebrada—. Este maldito me va a matar… y si Alan se entera, estoy perdida… —su respiración se volvió errática—. Te odio, Aurora… debí acabar contigo cuando tuve oportunidad —gritó fuera de sí, golpeando el mueble más cercano.
Con las manos temblorosas, subió corriendo a su habitación y empezó a guardar ropa en una maleta para ella y para Tiffany. Tenía que escapar, ahora que aún podía.
La niñera apareció en la puerta, confundida.
—¿Señora, está usted bien?
—No hagas preguntas estúpidas y empieza a prepararlo todo, nos vamos de viaje.
—¿Ahora?
—Pues claro que ahora, idiota. Deja de hablar y muévete rápido, tenemos que salir de aquí en menos de veinte minutos —ordenó con un tono que no dejaba lugar