Alexander entró a la habitación conmigo en brazos. Su respiración era pesada, y sentía su corazón golpeando contra mi pecho. Me resistí, forcejeé, pero él no me soltó hasta dejarme de pie junto a la cama.
—Estás bien… ¿te lastimé? —pregunté al ver el corte del brazo manchando su camisa y la mueca de dolor en su rostro.
Alexander hizo una mueca y fingió indiferencia, pero había conseguido lo que pretendía desde el principio, llamar mi atención.
—No es nada —dijo en voz baja—. Lo que más me duele es el corazón. Cuando te fuiste, sentí que estaba perdiendo una parte muy importante de mi vida. Retrocedí molesta, en ese momento estaba tan enojada que no quería que ni siquiera se me acercara.
—No estoy para tus juegos, Alexander —repliqué con frialdad—. Ya basta. Creo que te dejé claro que lo nuestro no puede continuar.
Él avanzó un paso, con la mirada fija en la mía.
—Yo lo único que sé, Aurora, es que no voy a dejarte ir. Así tenga que retenerte aquí, vamos a aclarar este asunto.
—No hay