Temprano, antes de que Manhattan despertara del todo, Richard ya estaba en la mansión King.
Alexander lo recibió en el despacho con una sonrisa de oreja a oreja y un café en la mano.
—¿Nervioso? —preguntó, cerrando la puerta.
Richard soltó una risa temblorosa y se pasó la mano por el pelo.
—Como si fuera a saltar sin paracaídas. Llevo el anillo en el bolsillo desde hace dos semanas y cada día pesa más.
Alexander abrió el cajón, sacó una cajita de terciopelo negro y se la tendió.
—Mira esto primero. Aurora insistió en que lo vieras.
Dentro había un delicado prendedor de diamantes en forma de estrella.
—Para que lo lleve Mel en el pelo esta noche —explicó Alexander—. Dice que cuando se lo ponga, ya no habrá vuelta atrás: será la señal de que todo está listo.
Richard tragó saliva.
—Nunca podré agradecerles lo suficiente lo que están haciendo por nosotros.
Aurora entró en ese momento, con Max de la mano. El niño corrió a abrazar a Richard.
—¡Tío Richi! ¡Mamá dice que hoy vamos a hacer una