Juego sucio

El viaje de regreso a la mansión King fue silencioso, aunque lleno de miradas cómplices. Alexander conducía con una serenidad poco habitual en él, mientras Aurora, apoyada en el asiento, lo observaba en silencio, intentando procesar todo lo ocurrido.

Al llegar, la calma del lugar pareció envolverlos. El sonido lejano del viento entre los pinos y el olor a madera húmeda devolvieron una sensación de hogar que Aurora no había sentido en mucho tiempo.

Después de ducharse, Aurora se ocupó de preparar la ropa de Alexander. Ordenaba con cuidado los puños de las camisas, doblaba con precisión los pantalones y colgaba las corbatas con una dedicación que no pasó desapercibida.

Alexander la observaba desde la puerta del vestidor, con la toalla aún colgando de su cuello y los ojos fijos en cada uno de sus movimientos. Había en su mirada una mezcla de admiración y deseo contenida.

—No tienes que hacer esto, mi amor —dijo con voz grave—. Ya te he dicho que el personal puede encargarse.

Aurora sonri
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