Alan siguió golpeando a Karoline, su furia no disminuía, tratando de sacarle la verdad sobre el secreto que ocultaba a Aurora, y a la vez cobrarse por haber intentado matarla. Karoline, con el rostro ensangrentado y el cuerpo magullado, se revolvía en el suelo, su respiración era un jadeo doloroso.
—¡No me vas a decir nada, perra! —rugió Alan, levantándola por el cabello.
—¡Hazlo! ¡Mátame! —desafió Karoline, con la voz rota pero los ojos feroces—. ¡Por más que me golpees, no voy a revelar nada! ¡Puedes matarme, y yo nunca diré el secreto! Y mucho menos me arrepentiré por haber querido matarla, ojalá no hubiera fallado.
Alan la soltó bruscamente, dejándola caer. Estaba exhausto y consumido por la impotencia.
Karoline se levantó ligeramente, su cuerpo temblando.
—Pero... —jadeó Karoline, con una astucia desesperada—. Si me sueltas, si me prometes no hacerme daño, puedo revelarte una información que será mucho más valiosa todavía.
Alan lo pensó por un momento. La sed de venganza se mezcl