Sentía cómo la rabia me consumía por dentro. Otra vez esa maldita mujer seguía interponiéndose en mi camino para atormentarme. No le bastaba con todo el sufrimiento que había provocado, no era suficiente haber sido la causante de la muerte de mi hijo; ahora quería seguir destruyéndome. Pero si pensaba que iba a quedarme con los brazos cruzados, estaba muy equivocada.
Alexander me sostuvo la mirada, y pude ver en sus ojos el remordimiento de haber confiado en sus hombres sin verificar nada.
—Estos idiotas… tenían que haber comprobado que las cenizas estuvieran allí —murmuró con frustración.
—No todo es culpa de ellos, Alexander. Alan es astuto, debí suponer que no se confiaría tan fácilmente. Pero lo que me preocupa no es él, sino esa víbora de Karoline. Es capaz de cualquier cosa por el odio que me tiene.
—Entonces tenemos que ir un paso delante de ellos —dijo con una seguridad que me desarmaba—. Necesito que pienses con la cabeza fría, Aurora. ¿Qué es lo que más le dolería a Karoline