Oscuridad… eso era todo lo que había. Un vacío profundo, tibio, envolvente. No sabía si estaba despierta o si seguía atrapada en algún sueño olvidado. Todo era difuso, borroso, como si flotara en un mar espeso sin poder distinguir qué era real y qué no.
De pronto, voces. Voces que parecían venir de muy lejos, ecos apenas audibles que rompían la calma sofocante.
—Andrea —escuché.
Era Santiago. Reconocería esa voz en cualquier parte, aún entre la niebla de mi mente. "Quiero el divorcio", dijo, y sentí que algo dentro de mí se rompía, incluso allí, en medio de la nada.
Luego, otra voz distinta, cargada de dulzura:
—Qué hermosa segunda coincidencia...
Leonardo. Su voz me envolvía y, con ella, vinieron imágenes fugaces: momentos vividos con él, sus sonrisas, sus caricias...
Santiago volvió a aparecer en los recuerdos, ahora discutiendo conmigo. Luego mi prima, mirándome con ojos brillantes llena de orgullo, diciéndome que estaba embarazada de él. Sentí cómo la culpa me quemaba el pecho, au