—¿Qué le pasó a Andrea? ¿Por qué está internada?
La pregunta me sale más fuerte de lo que pretendía, pero no hago nada por suavizarla. Ya no tengo paciencia. No después de tantos días sin respuestas, de mirar en cada rincón buscando una señal de ella y encontrar solo sombras. Estoy cansado. Cansado de que todos traten de ocultarla como si yo no tuviera derecho a saber nada de ella.
Gracia me mira como si la hubiese empujado al borde de un precipicio. Se tambalea sin moverse, con ese parpadeo lento que no logra ocultar el temblor de sus manos, pero las junta frente al pecho, un gesto instintivo, casi infantil. No puede mirarme.
—¿De qué estás hablando? —murmura con voz quebrada—. Andrea no está aquí. Está en Los Ángeles con sus padres.
La observo en silencio. Me gustaría creerle. Quisiera con todas mis fuerzas aceptar esa mentira, pero la forma en que evita mi mirada y su respiración acelerada; delatan lo que su lengua no puede ocultar... Andrea está aquí.
Gracia respira hondo. La veo