**SANTIAGO**
Las luces del hospital no parpadean, pero juro que cada una parece absorber algo de mí. Con cada paso, siento que se apaga una parte. No sé si es miedo, culpa o rabia. Hace frío, o al menos eso creo, porque la piel se me eriza, aunque no sienta el aire moverse.
Leonardo camina delante de mí. No habla, no me mira, pero sus manos están cerradas con tanta fuerza que los nudillos se le ven blancos. Está al borde. No hace falta que lo diga. Lo conozco. He visto su rabia, su orgullo, su manera de controlar todo... pero esto es distinto. Ahora mismo parece otra persona. Vulnerable. Tembloroso. Como si el niño que una vez fue hubiera despertado de golpe, llorando en silencio desde algún rincón olvidado de su alma.
Yo me quedo atrás, pegado a la pared. La enfermera se acerca al guardia con una carpeta tan gruesa que parece arrastrar los minutos con ella. Habla con seguridad, pero le tiemblan los dedos. Está arriesgando más que su trabajo, y lo sabe. No sé por qué lo hace. Tal vez