**SANTIAGO**
Veo cómo Leonardo se tensa al escuchar las palabras de Camila. Su expresión, que momentos antes parecía controlada, se desmorona con un simple enunciado:
—La boda tiene que ser la próxima semana.
El silencio que se instala después de eso es casi físico. Leonardo no dice nada, pero sus manos se cierran en puños sobre sus rodillas. Lo conozco lo suficiente como para saber que está a punto de estallar.
Y entonces soy yo quien rompe la tensión.
—A ver, chicos… tranquilos —mi voz sale más ronca de lo habitual—. Ya bastante tengo con lo de Andrea y ahora ustedes me salen con esto.
Camila baja la mirada por un instante, pero luego la levanta con firmeza. No se echa atrás. No es de las que se intimidan.
—Santiago, no lo digo por capricho. Necesitamos presionar a Montenegro. Si adelantamos la boda, lo obligaremos a hacer un movimiento en falso. Es nuestra única ventaja.
Sus palabras se quedan flotando entre nosotros. Yo intento digerirlas, pero se sienten como una pastilla mal tra