**SANTIAGO**
—¡Joder! —escapo en un grito que no puedo contener, justo en el instante en que el "código Londres" retumba en mi auricular.
El eco de esas dos palabras se expande dentro de mí como una explosión sorda. El corazón me da un vuelco violento, como si intentara salirse por la boca. Y por un segundo, apenas un parpadeo, todo se congela.
Pero después… me muevo.
Mis piernas se activan solas, como si algo más —algo primitivo— tomara el control.
Corro con una urgencia que roza la locura, con una certeza aterradora: algo está mal. Muy mal.
—¿Andrea? —mi voz sale ronca, cargada de ansiedad. Mientras sigo corriendo por el pasillo
No hay respuesta.
—¡¿Andrea?! ¿Dónde estás? —insisto con voz rasgada, sintiendo cómo la angustia se me clava en el pecho como un puñal.
Un chisporroteo suena en el auricular, y luego la voz de Henry irrumpe entre estática:
—Al jardín. Todos al punto de encuentro. Repito: en el jardín.
Doblo la esquina con torpeza, casi resbalo. Ahí está. El jardín del hotel.