Blanco...
Todo era absolutamente blanco...
No había ni una sola mancha que rompiera aquel inmaculado color, a excepción de aquella larga y desaliñada cabellera oscura que resaltaba como un pequeño punto.
Una mujer se encontraba encorvada, sentada en el suelo y cada uno de sus movimientos llevaba consigo el olor de la demencia.
La camisa blanca como todo lo que se encontraba en aquel estrecho espacio, sólo permitía que su cabeza, junto a su larga melena, se moviera de un lado a otro, tarareando una canción de cuna.
La puerta se abrió con un pequeño chirrido y un hombre de cabellos blancos, apoyado en un bastón ingresó al lugar.
- ¿Estás lista pequeña?.- Su voz ronca hizo eco en la habitación.
La mujer alzó el rostro y sus ojos verdes se clavaron en el anciano frente a ella.
Todo rastro de locura se había esfumado de sus movimientos, enderezando su espalda y sonriendo con un brillo peculiar y astuto en sus ojos.
- Siempre he estado lista para abandonar este infierno Dante.- Respondió co