El aire en la oficina era tenso. Amatista despertó lentamente, sus pestañas revoloteando mientras trataba de enfocarse. Sus ojos recorrieron el lugar, deteniéndose en los rostros familiares. Massimo estaba de pie cerca de la ventana, Emilio recargado en el escritorio con los brazos cruzados, y Albertina se encontraba junto a la puerta, sosteniendo su teléfono con una sonrisa apenas perceptible. Enzo, sentado cerca del sillón donde descansaba Amatista, fue el primero en notar que había abierto los ojos.
—Gatita, no te muevas mucho —dijo con voz suave, acercándose.
Amatista parpadeó, confundida. —¿Qué pasó?
—Te desmayaste por el cansancio —respondió Enzo mientras tomaba su mano con delicadeza—. Federico te revisó y dijo que debemos cuidarte... más ahora que estás embarazada.
Amatista se incorporó un poco en el sillón, su expresión incrédula. —¿De qué embarazo estás hablando?
El silencio llenó la habitación. Enzo frunció el ceño, comprendiendo que ella tampoco lo sabía.
—Federico dijo qu