Amatista no había podido dormir en toda la noche. La rabia por la insinuación de Enzo la mantenía despierta, recorriéndole el cuerpo como una corriente eléctrica, dificultando cada intento de cerrar los ojos. Había sido tan dolorosa la idea de que él pudiera pensar aquello de ella, tan injusta en su desesperación por mantener el control, que la molestia la había consumido. Pero en lugar de ceder a la frustración, había aprovechado ese tiempo de insomnio para hacer lo que mejor sabía: diseñar.
En una especie de trance febril, dejó que su mente se desbordara de creatividad, una furia que se canalizaba en cada trazo. Cinco diseños fueron los que logró completar esa noche, todos con una precisión y detalle que la dejaron satisfecha. Solo le quedaban cinco para terminar su colección, y estaba decidida a conseguirlo.
Cuando el sol aún estaba bajo, Amatista ya estaba en pie y lista para enfrentarse al día. No tenía tiempo que perder. Se dirigió rápidamente a la empresa Lune, encontrándose co