Amatista acomodó con cuidado al bebé en la sillita del auto, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Aún sentía el cuerpo dolorido tras el parto, pero nada importaba más que la seguridad de sus hijos. Roque, con movimientos rápidos y precisos, colocaba al otro bebé en la silla contigua, sus ojos vigilantes revisando los alrededores. Aunque habían pasado solo unos días desde el parto, Amatista no podía evitar la sensación de que el peligro seguía acechándolos.
—Gracias por todo, Roque —murmuró, mientras le lanzaba una mirada llena de gratitud. —No sé qué haría sin ti.
—Es mi deber —contestó Roque con seriedad, terminando de asegurar al bebé. —El lugar al que vamos es seguro. Diego no podrá encontrarlos ahí. Y Enzo... él no los molestará por ahora. Aunque seguirá buscándote, lo sabes.
Amatista asintió en silencio, ajustando una manta alrededor de uno de los pequeños. Justo cuando ambos se preparaban para subir a los asientos delanteros, el sonido de pasos apresurados y un grito