El restaurante comenzaba a vaciarse mientras el almuerzo de Amatista y Enzo llegaba a su fin. La conversación fluía con la misma ligereza que las copas de vino sobre la mesa, el tema principal aun siendo lo deliciosa que había resultado la pasta.
—Amor, no estoy exagerando cuando digo que podríamos venir aquí cada semana. —comentó Amatista, señalando su plato vacío con un gesto teatral—. Estoy completamente enamorada de este lugar.
Enzo soltó una risa suave, recostándose en su silla mientras la miraba con una mezcla de ternura y diversión.
—Gatita, si cada lugar al que te llevo te conquista de esta manera, voy a empezar a pensar que te quedas conmigo solo por la comida. —dijo, arqueando una ceja, su tono juguetón.
Amatista rió, llevándose una mano al pecho como si estuviera ofendida.
—¿Cómo puedes decir eso? Si me quedo contigo, es porque la comida es el segundo mejor regalo que recibo cuando estoy contigo. —respondió, su tono coqueto, mientras le guiñaba un ojo.
Enzo estaba a punto d