El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Amatista se removió entre las sábanas, sintiendo una calidez familiar envolviéndola. Su cuerpo estaba entrelazado con el de Enzo, quien ya estaba despierto, observándola con esa mirada intensa que siempre la hacía sentir atrapada en su órbita.
Parpadeó varias veces antes de soltar un suspiro perezoso y enterrarse más contra su pecho.
—Mmm… ¿qué hora es? —murmuró con voz adormilada.
—Muy temprano para que despiertes —respondió Enzo con calma, deslizando una mano por su espalda desnuda.
Amatista se acurrucó más, disfrutando de su calor. Pero cuando su mente empezó a despejarse, una sensación de incertidumbre se instaló en su pecho.
—¿Anoche… pasó algo?
Enzo esbozó una sonrisa ladina y deslizó su mano hasta su cintura, acercándola más.
—Depende… ¿qué crees que pasó?
Ella frunció el ceño y apoyó la barbilla en su pecho, mirándolo con sospecha.
—No lo sé. Solo recuerdo estar en la fiesta… después de eso, todo es un poco borroso.
Enzo soltó u