Enzo estaba acostumbrado a la dinámica de sus reuniones, la frialdad, la precisión y, sobre todo, el control. Siempre vigilante, siempre en control, incluso cuando las ideas y propuestas se sucedían con rapidez y sin descanso. Aquella tarde, los socios no eran la excepción: las conversaciones sobre la expansión del hotel seguían su curso, pero algo en el aire estaba diferente, más denso, como si cada palabra estuviera cargada de una tensión latente, algo que Enzo no podía dejar de notar. Sin embargo, su mente seguía fijada en otro lugar, en la suite donde Amatista lo esperaba.
"Estamos proponiendo ampliar la zona de suites privadas," dijo Pablo, un socio de confianza, mientras señalaba las imágenes del plano de la expansión que habían distribuido entre todos. "Además, deberíamos considerar un segundo restaurante en las plantas altas, algo exclusivo, solo para los clientes más selectos."
Enzo observó los planos con una mirada calculadora. Las ideas eran interesantes, incluso prometedor