El amanecer llegó de manera tranquila a la suite del hotel. La luz suave del sol se filtraba a través de las cortinas, tiñendo la habitación de un tono cálido y dorado. Enzo se encontraba recostado en la cama, mirando a Amatista mientras ella dormía plácidamente a su lado. Aunque la fiebre que había tenido la noche anterior parecía haberse desvanecido, su preocupación no desaparecía. La imagen de su esposa enferma aún persistía en su mente, como una sombra que no lograba disiparse por completo.
Sus ojos, atentos, recorrían su rostro delicado, observando cada respiración profunda y tranquila. Amatista había sido su obsesión durante años, y aunque había crecido en él una necesidad de protegerla, también había una ansiedad oculta en su pecho: el miedo a que algo, a pesar de todos sus esfuerzos, pudiera sucederle mientras él no estuviera cerca. Esa era la única debilidad que tenía Enzo, la única que permitía que su control sobre ella se desvaneciera, aunque solo fuera por un momento.
Amat