La mañana en Costa Azul era luminosa, con un sol suave que iluminaba las calles adoquinadas cerca del hotel donde Enzo y Amatista disfrutaban de unos días alejados de la agitada rutina. Aunque la tranquilidad de la ciudad parecía perfecta, el mundo que ambos dejaban atrás seguía girando con sus intrigas y amenazas.
Enzo miraba su teléfono mientras desayunaba con Amatista en la suite, revisando mensajes de sus socios y confirmaciones para la reunión de la tarde. Amatista, por otro lado, leía con calma un libro mientras tomaba su té, pero su atención se desvió hacia él al notar su expresión seria.
—Amor, ¿todo bien? —preguntó, dejando el libro a un lado.
Enzo levantó la mirada y suavizó su expresión.
—Sí, gatita. Solo son detalles menores que debo arreglar más tarde. Nada de qué preocuparse.
Ella asintió, confiando en sus palabras, y volvió a concentrarse en su desayuno. Aunque no podía negar que la intensidad de la vida de Enzo a menudo la hacía cuestionar cuánto podían disfrutar momen