El amanecer apenas asomaba tras los ventanales de la mansión, pero Enzo ya estaba despierto, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. La furia seguía latiendo bajo su piel, tan intensa como la noche anterior. La imagen de Rita e Isis invadiendo el vestidor de Amatista lo carcomía, y cada pensamiento lo sumía más en la ira.
Se levantó de golpe, casi derribando la mesita de noche. Caminó hacia el baño y dejó que el agua fría de la ducha golpeara su piel, pero ni eso logró calmarlo. Terminó de vestirse con movimientos bruscos, ajustando los puños de la camisa con fuerza, como si la tela pudiera resistir el peso de su enojo.
Bajó al comedor, donde Isis y Rita ya estaban sentadas, jugando a ser damas de la casa. Rita intentaba mantener una apariencia dócil, mientras Isis sonreía con superioridad.
Enzo no saludó. Solo alzó la voz, seca y cortante.
—Mariel.
La empleada apareció de inmediato, nerviosa.
—S-señor…
—Hoy mismo quiero que laves toda la ropa del vestidor de Amatista. Todo. Que