La luz tenue del amanecer se filtraba por las cortinas del departamento donde Amatista descansaba. El silencio reinaba, solo interrumpido por el leve zumbido del reloj en la pared. Después de horas de sueño inquieto, Amatista abrió lentamente los ojos. Sus músculos resentían el procedimiento al que había sido sometida, y cada movimiento le recordaba la fragilidad de su estado. Aun así, sintió la punzada del hambre y, con cautela, se incorporó.
Se tomó su tiempo para caminar hacia la cocina, sosteniéndose de los muebles a su paso. Sobre la mesada, notó una bolsa con comida cuidadosamente preparada. Roque había pensado en todo. Con suavidad, sacó el recipiente y lo colocó en el microondas. Mientras el aparato emitía su característico zumbido, Amatista se apoyó en la encimera, sus pensamientos inundando su mente.
Recordó la mirada fría de Enzo, sus palabras afiladas cuando exigió la prueba de ADN sin importarle el riesgo. ¿Cómo podía creer que ella lo había engañado? ¿Cómo podía pensar q