El mundo de Amatista se había fracturado y recompuesto en cuestión de minutos. Ya no era solo "María", la mujer de pasado nebuloso y presente precario. Tampoco era aun plenamente Amatista Bourth, la mujer de las fotografías sonrientes y la vida de lujo. Se encontraba en un limbo doloroso, con un pie en cada realidad, desgarrada por la evidencia irrefutable y el vacío persistente en su memoria.
Las piernas le flaqueaban. El peso de los pequeños brazos de Abraham y Renata alrededor de sus piernas era lo único que la mantenía anclada a la tierra. Sus caritas, empapadas de lágrimas, se apretaban contra su cuerpo, murmurando entre sollozos cosas que le partían el alma.
—No te vayas nunca más, mamá —suplicaba Renata, sus dedos aferrándose a la tela de su vestido con fuerza desesperada.
—Te buscamos por todas partes —añadió Abraham, con una seriedad que destrozaba en alguien tan pequeño—. Papá no durmió en mucho tiempo.
Amatista alzó la vista, encontrando la mirada de Enzo. Él seguía allí, a