Mientras tanto, en una sala de interrogatorios, Amatista permanecía sentada en una mesa de metal, con una oficial de pie a su lado. Aunque intentó preguntar varias veces por qué estaba ahí, la mujer no le respondió.
Después de varios minutos, la puerta se abrió y una mujer de aspecto serio entró en la sala. Se presentó como la investigadora Lara Mendoza y le dedicó una sonrisa condescendiente.
— No te preocupes, Amatista. Sabemos que lo que has vivido ha sido grave, pero estamos aquí para ayudarte.
Amatista frunció el ceño, confundida.
— ¿A qué se refiere?
La investigadora la miró con lástima.
— Sabemos que Enzo Bourth te ha tenido en cautiverio, amenazándote para que no te alejes de su lado. Pero ya no tienes que temer. Vamos a hacer que todo el peso de la ley caiga sobre ese criminal.
Amatista sintió un golpe de incredulidad.
— Eso es mentira —respondió con firmeza—. Enzo jamás me secuestró ni me amenazó. Él me ama.
La investigadora suspiró, como si hablara con una niña que no enten