La luz del día comenzaba a filtrarse por las cortinas, trayendo consigo la promesa de una jornada llena de tensiones. Marcos, acompañado de su jefe, Daniel, condujo por las calles de la ciudad hasta llegar a la casa donde Isabel y su esposo se habían refugiado. La escena era tranquila en apariencia, pero el ambiente cargaba la atmósfera con una inquietud palpable. Daniel sabía que algo crucial estaba a punto de revelarse.
Cuando llegaron, Isabel se encontraba en la entrada, recibiendo a los visitantes con una sonrisa forzada. Su esposo estaba en la sala, aparentemente ajeno a la presencia de los dos hombres, pero la tensión crecía en el aire. Daniel observó detenidamente a Isabel y su marido, y al instante, algo en sus ojos le resultó inquietantemente familiar. Eran los mismos ojos que había visto tantas veces, los mismos ojos de su hija, Amatista.
—Esos ojos... —murmuró Daniel, sin apartar la mirada de Isabel. La reconoció al instante, pero no podía comprender cómo estaba allí, ni lo