La luz de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas del pequeño departamento, iluminando tenuemente la habitación donde Amatista descansaba. Un ruido lejano en la cocina rompió la quietud, sacándola lentamente de su sueño. Se incorporó con algo de dificultad, aún adormecida, y caminó descalza hacia la fuente de aquel sonido.
Al entrar en la cocina, encontró a Rose moviéndose de un lado a otro, rebuscando entre los estantes. Algunos utensilios estaban desordenados sobre la mesada, y la tostadora chisporroteaba.
—Ah, lo siento, Amatista. —Rose se giró al notar su presencia—. No quise despertarte. Me desesperé un poco al no encontrar las cosas.
Amatista esbozó una débil sonrisa, acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja.
—No te preocupes, Rose. De todos modos, creo que ya descansé demasiado.
Rose la observó con atención, notando que aunque lucía mejor, su rostro aún mostraba rastros de agotamiento.
—¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor. —Amatista suspiró suavemente—. Siento