La mañana en Santa Aurora estaba teñida de un suave resplandor dorado. El aire era fresco, y las calles, aún tranquilas, parecían susurrar promesas de tranquilidad. Amatista observaba con atención el departamento que había visitado esa mañana. El edificio era moderno y elegante, con grandes ventanales que permitían que la luz natural se deslizara suavemente por los espacios. La decoración era sencilla pero acogedora, y el lugar tenía el tamaño perfecto para convertirse en su refugio durante los próximos cinco meses.
La administradora del lugar, una mujer mayor de cabellos plateados y sonrisa amable, la observaba con paciencia.
—Es un buen lugar, querida —comentó con voz serena—. Tranquilo y seguro. Estoy segura de que te sentirás cómoda aquí.
Amatista asintió lentamente, recorriendo con la mirada cada rincón del departamento. Ese lugar prometía ser su nuevo hogar, al menos mientras durara la pasantía en Valmont Designs. Había pasado la última semana en un pequeño hotel, pero ese sitio