63. Aguas turbulentas.

—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó Franchesca, al ver que él titubeaba para acercarse.

Ella sabía muy bien lo que hacía que su esposo se mantuviera alejado de ella. La delgadez de su cuerpo y su aspecto cadavérico lo hacían sentir culpable.

—No pasa nada —mintió Alexander, aunque para él era cada vez más difícil no obligarla a hacer lo que realmente deseaba: renunciar a esos monstruos que crecían dentro de ella.

—Alex —lo llamó Franchesca, tratando de acercarse a él y tomar su rostro.

No obstante, Alexander se alejó, haciendo que ella sintiera no solo el dolor de su alfa, sino también rechazo, pero no por ella, sino por sus cachorros.

—Iré a por algo de comer, debes alimentarte mejor. Esas cosas te están devorando —casi murmuró las últimas palabras mientras se giraba en dirección a la puerta.

—Por favor no, no puedes culparlos a ellos —sollozó Franchesca, llevando sus manos hasta su vientre abultado—. Nuestros hijos no tienen la culpa de nada.

Alexander se giró, observando a su esposa
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