83. Despida agridulce.
Un mes había transcurrido desde la llegada al mundo de los mellizos Robert y Elenwe, fruto del amor entre el príncipe consorte Alexander y la princesa Franchesca. El palacio Deveroux, antes silencioso y sobrio, ahora se llenaba de risas infantiles y el alegre bullicio de los pequeños príncipes.
Sin embargo, en medio de la felicidad familiar, una noticia inesperada llegó a turbar la tranquilidad del hogar real. Los reyes licántropos Sophie y Antuan, abuelos de Franchesca, habían decidido abdicar al trono, dejando en manos de Alexander y de ella la responsabilidad de gobernar el reino licántropo.
La noticia cayó como un balde de agua fría sobre Franchesca. Aunque se sentía honrada por la confianza depositada en ella y su esposo, no podía evitar una profunda tristeza. Sus abuelos, a quienes consideraba como sus segundos padres, habían sido pilares fundamentales en su vida y en la del reino. La idea de no verlos más a diario en las tareas de gobierno la llenaba de un vacío inexplicable.
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