Tomo II. Luna arrepentida: acéptame en tus brazos, alfa.━━━━━━✧❂✧━━━━━━Manada del Sur, Alfa Sitara.—Vaya, Roan —dijo con voz suave, casi burlona—. Qué caída tan desafortunada para uno de los perros más fieles de Aleckey.La sala del consejo de la manada del sur era un círculo de piedra cerrado, apenas iluminado por antorchas encendidas en las paredes. Las sombras se alargaban con cada chispa del fuego, y el silencio era tan profundo que el sonido de los pasos resonaba como tambores de guerra.Dos lobos fuertemente armados con dagas de hierro y punta de plata arrojaron al suelo a Roan, el beta de la extinta guardia de Aleckey. Su rostro estaba sucio de sangre seca, pero su postura no temblaba, se mantenía con la barbilla en alto, y sus ojos azules ardían con rabia contenida.En lo alto del círculo, sentada en un trono hecho de huesos blanqueados y colmillos de bestias, estaba Sitara. Sus ojos color ámbar observaban al prisionero como si fuera un simple animal que debía decidir si ali
El sonido de los pasos retumbó en el pasillo subterráneo con una cadencia imponente. No eran los pasos torpes de los guardias, ni el andar burlón de quienes se entretenían con el sufrimiento de Roan.No.Esta caminata era distinta.Cada paso arrastraba la autoridad de alguien que jamás necesitó alzar la voz para ser temida, Sitara apareció en el umbral de la celda con una antorcha en mano. La llama proyectaba sombras afiladas sobre su rostro, haciendo que su belleza salvaje se tornara aún más peligrosa.Roan levantó la vista desde su rincón, con la mandíbula apretada y los nudillos ensangrentados. Su espalda estaba contra la pared, pero su mirada seguía siendo la de un guerrero.—Al fin —escupió—. ¿Vienes a matarme o a rendirte ante Draven?Sitara no respondió de inmediato. Se detuvo frente a los barrotes, dejó la antorcha en el soporte más cercano y entrelazó las manos detrás de su espalda.—Sabes, Roan… antes te consideraba uno de los pocos hombres dignos en el círculo de Aleckey —e
El sonido del agua llenando la tina resonaba con un eco suave en la habitación de piedra. Las velas encendidas proyectaban sombras danzantes en las paredes, y el vapor comenzaba a cubrir los vidrios sucios de las ventanas, filtrando la luz con un resplandor cálido.Calia se movía en silencio, con la bata de lino pegada a su piel por el calor y el cansancio. Observaba de reojo a Aleckey, sentado en el borde de la cama, su pecho desnudo subiendo y bajando con respiraciones pesadas. A pesar del cuerpo imponente, de la fuerza que aún emanaba de cada fibra de su ser, su mirada seguía perdida, con aquellos ojos que antes fueron verdes, brillando ahora en un rojo sangre.—Ya está lista —murmuró, rompiendo el silencio. Se agachó a un lado de la tina, probando la temperatura del agua con el dorso de la mano—. Te hará bien.Aleckey la observó. Sus ojos rojos brillaron como carbones encendidos, pero no se movió de inmediato. Gruñó bajo, apenas audible, y finalmente se puso de pie.Calia desvió l
El tercer amanecer desde que Aleckey volvió a su forma humana trajo algo nuevo al convento: silencio… pero de ese que precede la tormenta.Durante esos días, el rey alfa no había regresado del todo. Dormía en la habitación de Calia, a veces sobre una manta en el suelo, otras sobre la piedra fría cuando se despertaba sobresaltado. Ella insistía en que durmiera en la cama, pero él, en su estado aún salvaje, se negaba. Solo aceptaba su cercanía cuando lo bañaba, lo alimentaba y cuando, con voz dulce, le hablaba como si todo no estuviera destruido.La mañana del tercer día, Aleckey se levantó sin que ella lo llamara. Se vistió sin su ayuda, y cuando salió de la habitación, lo hizo por voluntad propia. Caminó con pasos firmes por los pasillos del viejo convento. Su cuerpo aún dolía desde la transformación a humano, su mente era un campo de batalla, pero ya podía sostenerse… y hablar.Todos estaban reunidos en la sala principal. La madera crujía, y el aire estaba denso de tensión y expectat
—Tybalt… aún llevas tu pulserá de luna.Tybalt levantó la vista con una leve sonrisa.—Nunca la dejaría de utilizar, Aleckey. Es una promesa de leatad eterna, sin importar las circunstancias. —Un murmullo se extendió entre los guerreros y betas presentes. La tensión bajó como una ola, aunque nadie bajó la guardia. Aún quedaban muchas manadas por visitar. Muchas pruebas por superar, Tybalt se puso de pie, se acercó y le tendió la mano al antiguo rey. Aleckey la tomó con fuerza. —Tengo habitaciones listas para ti y tus acompañantes. Mañana haremos un banquete, es necesario celebrar la llegada de sus majestades, como parte de la tradición.Aleckey solo asintió. Su mirada se desvió brevemente a Calia, que se mantenía a su lado, y luego al vientre apenas visible bajo su capa. Un leve gruñido gutural escapó de su pecho, solo para ella.—Gracias, viejo amigo —dijo Aleckey—. Te recuerdo que la guerra se acerca… y que si estoy aquí es para buscar tu ayuda.Tybalt asintió, serio.—Entonces sabe
Draven se marchó como había llegado: con arrogancia. Su guardia lo escoltaba por el sendero serpenteante entre los árboles, y su capa ondeaba detrás de él como si el viento mismo le temiera. No miró atrás, confiado en que sus palabras habían surtido el efecto deseado. Sitara lo observó desaparecer, el rostro impasible, los brazos cruzados y la espalda recta como una estatua de piedra.A su lado, Roan no pudo contenerse más.—¿De verdad vas a seguirlo? —preguntó con voz baja, pero firme. No había reproche aún, solo duda, preocupación. En su pecho, el corazón latía fuerte. Necesitaba creer que Sitara era más que una líder salvaje hambrienta de poder.Ella no se giró al principio. Mantuvo los ojos fijos en el horizonte hasta que los últimos ecos de las pisadas de Draven se desvanecieron. Luego exhaló lentamente y lo miró de reojo.—¿Y si te dijera que sí? —susurró con una media sonrisa peligrosa.Roan la miró con dureza. No era una amenaza, era una súplica disfrazada de advertencia.—Ent
El silencio en la habitación de huésped se había llenado con los suspiros entrecortados y el crujido de la cama. La respiración de Calia aún temblaba mientras se encontraba tendida entre los brazos de Aleckey, el calor de sus cuerpos fusionados brindándole seguridad a la luna.Aleckey no dijo nada al principio. Solo descendió con lentitud, dejando una cadena de besos suaves sobre el vientre desnudo de su luna. Sus labios tocaban esa piel con cariño, como si cada roce fuera una promesa de su amor. Sus dedos, tan rudos en momentos de pelea, se movían ahora con una delicadeza que estremecía a Calia. Se detuvo justo sobre el lugar donde escuchaba el latido más pequeño, más sagrado, y cerró los ojos.—Míos —gruñó, casi en un susurro ronco, con una voz que llevaba dentro todo lo que alguna vez creyó perdido. Volvió a subir, cubriéndola con su cuerpo, sin agobiarla, sino como un escudo viviente. La envolvió entre sus brazos, pegándola a su pecho mientras sus dedos se entrelazaban sobre su ci
Aleckey alzó el rostro, olfateó el aire y echó a andar con pasos seguros. Su mirada se fijó en el oeste.—Hay un lago no muy lejos —murmuró—. Si no me equivoco, todavía debe estar oculto entre los sauces. Lo usábamos como punto de descanso en las antiguas cacerías.Calia lo observó de reojo mientras limpiaba una herida leve en el antebrazo de una de las guerreras. El alfa todavía respiraba con pesadez, su piel cubierta de marcas y sangre ajena. No obstante, se mantenía firme, imponente.El grupo se puso en marcha, avanzando con cautela entre los árboles hasta que el bosque se abrió como un suspiro. Allí, la luz del anocheser se reflejaba sobre las aguas cristalinas de un lago escondido entre colinas cubiertas de niebla. Los árboles alrededor formaban una cúpula natural, y la paz del lugar contrastaba con la violencia vivida horas antes.—Aquí estaremos a salvo por esta noche —anunció Aleckey mientras se agachaba frente al lago y bebía con lentitud. Luego se giró su rostro hacia Calia—