Calia seguía bajo el cuerpo de Aleckey, con su respiración descontrolada, su corazón desbocado, y una mezcla indescifrable de miedo y alivio. Él no hablaba. No necesitaba hacerlo. Su cuerpo temblaba de rabia contenida, de necesidad, de hambre atrasada. No solo carnal… era el hambre de haber estado perdido, desconectado de todo, de ella, y ahora la tenía bajo su cuerpo, por lo que no la dejaría ir.
Sus labios bajaron por su cuello, calientes, ásperos por la transición apenas completada. Su nariz rozó la marca de su mordida, la que él mismo había dejado tiempo atrás, justo en el espacio perfecto entre el hombro y el cuello. Ese lugar que le pertenecía.
Calia dejó escapar un gemido entrecortado cuando su aliento ardiente acarició esa piel sensible. Su cuerpo reaccionó al instante, estremeciéndose bajo el suyo, Aleckey gruñó en respuesta, un sonido profundo, posesivo, casi salvaje.
—Heri-da… —gruñó, con la voz aún ronca, como si el lobo siguiera hablando a través de él, ya que ni siquiera