Zadkiel comenzaba a encogerse, los huesos reacomodándose en un crujido húmedo y lento, la piel estirándose hasta recuperar la forma humana. Jadeaba, exhausto, con los músculos temblando y la garganta seca por la intensidad de la cacería. A lo lejos, Calia, lo miraba con los ojos húmedos, las manos temblando contra su pecho, y Aleckey ya iba hacia él.
—Hijo —dijo el rey alfa, arrodillándose en la hierba húmeda para rodearlo con una manta gruesa y oscura.
El príncipe apenas alcanzó a asentir, el cabello empapado de sudor y la respiración entrecortada. Su cuerpo desnudo fue cubierto con premura por sus padres, sin necesidad de palabras. Aleckey le frotó con fuerza los brazos, ayudándole a conservar el calor, y Calia se agachó a su lado con una mirada entre orgullosa y dolida.
—¿Estás bien? —susurró ella.
Zadkiel no respondió de inmediato. Movió sus manos sobre sus ojos cerrados y finalmente los abrió. Solo oscuridad. Otra vez. Tan intensa como siempre, impenetrable. Durante su transforma