Capítulo 118

—Levántate —ordenó el rey alfa con voz grave, sin rencor.

El calabozo estaba sumido en un silencio sepulcral, apenas interrumpido por el goteo intermitente del agua que caía desde las grietas del techo. El hedor era insoportable: tierra húmeda, excremento, sangre seca. La luz de la antorcha proyectaba sombras temblorosas contra los muros de piedra, y entre esas sombras, un hombre encorvado apenas respiraba. Taylor, cubierto de lodo, orina y su propia desesperanza, alzó apenas el rostro al oír los pasos que se acercaban. Sus ojos, hundidos, eran pozos de oscuridad.

Gimió al incorporarse. Las costillas se marcaban bajo su piel, los labios estaban partidos, y los nudillos cubiertos de costras y mugre. Apenas podía mantenerse en pie… y entonces la vio.

Isolde.

De pie junto a Aleckey, con lágrimas deslizándose por sus mejillas, sostenía un pequeño bulto envuelto en mantas. Su hijo. El cachorro que jamás había tocado.

Taylor sintió que el aire lo abandonaba. Sus ojos se clavaron en el peque
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